martes, 2 de septiembre de 2008

TEMPLO

En aquellas montañas hay un templo. Subes por una escarpada vereda hasta alcanzar el pórtico. Al atravesarlo sientes un aire frío y un murmullo te hace temblar. Una avenida estrecha te lleva hacia una plaza rodeada de columnas, ahí cuelgan hojas de papel de arroz con palabras secretas; se agitan con el viento frío que baja de la cumbre y solo algunos pueden entender lo que dicen. Esas palabras impresas ejercen una influencia sobre el destino de las cosas. En el centro de la plaza está el oráculo. Es un edificio circular y termina en un cono truncado. Una muchedumbre camina alrededor, siempre en el mismo sentido. Me incorporo al circuito y camino, lento, sosegado. Si caminas junto con ellos no adivinas que pueda haber algo fuera de lo habitual, pero si te detienes, te volteas y caminas en contra, verás horrorizado que toda esa gente está muriendo. Sus cuerpos automatizados caminan despacio, arrastran los pies y con la cabeza baja y los brazos caídos emiten un ruido constante, casi imperceptible. Me abro paso por entre la fila de personas y penetro en el templo. A lo largo de un corredor que sigue la forma del edificio se aprecia, a través de pequeñas aberturas, un cilindro enorme de madera, tallado con símbolos ancestrales. Gira despacio, a la misma velocidad que la fila de gente. Rechina cada cuando, y con la rotación caigo en cuenta que los símbolos se unen y forman un código secreto que solo existe en el movimiento. Aquella estructura debe mantenerse girando, de otra manera el tiempo se detendría. Lo que lo mantiene en movimiento son las almas de toda esa gente que da vueltas allá afuera. Salgo y los veo: sus rostros pierden color, sus músculos se debilitan. Se doblan, caen; el cilindro de madera extrae su energía. Sus cuerpos son echados hacia un foso que se abre en un extremo del patio. Pronto llegan más personas, entran desde las columnas que circundan el patio y se integran a la procesión.
Salgo de ahí, entre el viento frío que baja de la cumbre, el fétido aroma de los cuerpos que se descomponen en aquella fosa y el olor mineral de las columnas y piso del templo. Mientras bajo por la vereda, peregrinos suben, cruzamos mirada y sonríen.
Arriba, en el centro del oráculo, el cilindro sigue girando.

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