Estoy recostado en la cama, inmóvil. Frente a mí, la puerta del baño. Por la ventana fluye una brisa, mueve las cortinas y hace girar las aspas del ventilador. El abanico de techo de la sala continúa girando, a pesar de estar apagado. Un flujo discreto de viento sube por las paredes, se traslada horizontalmente por el techo y desciende finalmente sobre el cuarteto de aspas, excitándolas de manera extraña, pues ahora giran en sentido contrario. Entre otras cosas, temo que el tiempo vaya ahora la revés y que yo esté diciendo cosas que no tengan sentido.
La puerta del baño se abre un poco. Afuera se escuchan ruidos; gatos, el viento, un auto, un grito lejano. La noche exhala una vez más y la puerta del baño se abre otro tanto. Comienzo a sentir calor.
Encima de la cama hay un reloj de pared. Ahí está las veinticuatro horas. Su tic tac es como un corazón al que hay que acostumbrarse. A veces lo noto, pero la mayoría del tiempo pasa desapercibido. A veces se dan momentos intensos en que el ritmo parece acelerarse, percute la atmósfera y la situación se torna enervante. Me sube la presión, escucho el mecanismo del reloj y me parece insoportable. Entonces lo veo y me pregunto por qué tengo una rueda de plástico con números impresos, carátula de vidrio y manecillas que dan vueltas siempre a la misma velocidad y en una sola dirección. La brisa nocturna abre otro tanto la puerta del baño, exponiendo el espejo y entonces lo veo: el reflejo inverso del reloj. Ahí las agujas giran en sentido contrario. Como si en ese mundo isomérico las cosas funcionaran al revés y, una vez confrontando ambas imágenes, se anulara todo: el tiempo, el espacio, la recamara. La puerta del baño de abre por completo y la recámara se refleja violentamente en el espejo. De pronto, todo se rompe. Quedo suspendido en un oleaje desordenado de hechos inconexos, no sucedáneos. Puedo palpar tomar segmentos de tiempo, pasado o futuro, combinarlos y revivirlos de otra manera. Pero la sustancia que me envuelve se deshila. Todo se vuelve plano, en dos dimensiones. Los sonidos son un pillido indistinguible, los colores se reducen a tonos grises y mis recuerdos son un hilo delgado y tenso. El aire se cristaliza mi respiración cuaja forma una barrera translúcida, la luz rebota concentra y reagrupa en grumos iridescentes que giran a mi alrededor. Estoy tirado en la cama. Comienzo a fragmentarme, me disgrego. Trozos de mí vuelan por la habitación, danzan, se rompen rebotan se rozan golpean chillan: la temperatura aumenta. Todo se mueve tan rápido, segmentos de mi memoria se encienden consumen, brasas encendidas proyectadas en todas direcciones, meteoros chocan desaparecen en una iluminación intensa y fugaz, mis deseos se estiran y transforman en haces momentáneos de electricidad, mi espíritu, un destello fugaz, después nada.
Sigo recostado en la cama. Escucho el tic tac y contemplo en mi mente la imagen del reloj. El tiempo no pasa. Ya no lo siento.
Y si lo intentamos de nuevo (?)
Hace 7 años
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