miércoles, 27 de agosto de 2008

MONSTRUO

Debajo de mi cama vive un monstruo. Silencioso, apenas se mueve. En el día permanece inmóvil, yermo. Espera. Sabe que llegaré a la recamara, tomaré un baño, subiré a la cama y me echaré la sábana encima. Después, con la ténue luz de la luminaria callejera irradiando en mi habitación, será cosa de diez o quince minutos antes de caer dormido.
Y entonces comienza.
Emerge de debajo de la cama. Repta. Sigiloso, roza sutilmente las cerdas de la alfombra, parece que flota. Alcanza la puerta, sale. Baja las escaleras, atraviesa, como un espectro, sala y cocina, abre la puerta y sale al patio, después alcanza la reja que da a la calle y, cuidando de no despertar a los perros, la abre.
Merodea entre calles, plazas y callejones. Se detiene. Espera. Una pareja camina, abrazados. Cuando están lo suficientemente cerca, presienten algo y callan. Abren bien los ojos y entonces el monstruo se transforma en un ajetreo nervioso en las hojas de un arbusto, un susurro que parece un lamento un grito lejano un mal recuerdo una aparición una reflejo distorsionado sobre la superficie del agua una sombra extraña rebotando en las paredes de un callejón, un sonido estridente, inmediato y sorpresivo, el vuelo inesperado de un ave que perturba la copa de un árbol y deja caer hojas secas que, al caer, tiemblan nerviosas y al llegar al suelo asustan a un gato que revoluja un arbusto, salta hacia la oscuridad y así, el monstruo se aleja, dejando una estela perniciosa de inquietud y desasosiego. Entonces vuelve. Abre la reja, cuidando de no despertar a los perros, se mete por la cocina, atraviesa la sala, sube las escaleras, entra en la recámara y se oculta debajo de mi cama y, satisfecho, espera otro día, otra noche, otro momento.

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