El río es calmo. Encima se refleja el cielo. El sol pasa rasgando la atmósfera y quema su imagen sobre el agua. Debajo viven demonios. Esperan a que un hombre caiga para poseerlo. Devoran animales para alimentarse, pero a los hombres les quitan el alma y la sustituyen con su aliento oscuro. Los llevan a la profundidad y mantienen cautivos en cuevas submarinas, donde son torturados, indoctrinados y finalmente, transformados. Después son liberados; los meten en esferas de gas, suben emergen eclosionan. Llegan a la orilla y visten su piel con lodo oscuro hojas tierra. Se arrastran yerguen y andan entre la maleza: salen a los caminos y matan. Regresan con sus presas a la orilla y arrojan los cadáveres al río, donde los demonios los toman para alimentarse. Los hombres regresan a ocultarse entre la maleza las cuevas y los oscuros recovecos que hacen los caminos cuando se doblan, y mientras las estrellas levantan pequeñas ámpulas incandescentes sobre la superficie del agua los demonios del río aguardan a que un hombre caiga para llevarlo a las profundidades. Por eso cuando uno camina por la ribera durante las noches cuando el cielo está despejado y el viento no sopla pueden escucharse breves y apenas audibles lamentos, que no son más que las almas de aquellos hombres a quienes les han arrebatado su cuerpo y que emergen del agua y se pierden en la noche.
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