viernes, 5 de diciembre de 2008

POE

Saqué el tomo empolvado del estante. Llevaba años sin abrirlo. Al hojearlo, encontré la nota de compra. Lo recuerdo tan bien: fue el día de mi cumpleaños. Llevaba desde la primaria leyendo a Poe de manera disgregada; unos poemas aquí, un par de cuentos en alguna antología y una narración en un texto de literatura. El primer cuento que leí fue el barril de amontillado. Ejerce en mí una fascinación tremenda; establecí una conexión profunda con lo macabro y me obsesioné con el jerez -pasatiempos que aún conservo-. Ansiaba tener un tomo con toda su obra, en inglés, pero no había. Siempre me paseaba por las librerías, y cuando por fín encontré la recién publicada colección de historias, me latió el corazón. Alcancé el tomo de pasta dura, elegantemente impreso en letras doradas sobre fondo negro y lo abrí. Ahí estaban todas: la caída de la casa de Usher, el corazón revelador, el barríl de amontillado, los asesinatos de la calle morgue, el gato negro, Berenice. Cuentos que ya conocía y otros, la mayoría, cuya existencia ignoraba. La emoción es intensa. Me preguntaron, ¿quieres algo para tu cumpleaños? No vacilé: -quiero un libro y necesito dinero. Me dieron dinero. Lo suficiente como para pagar el libro. Regresé a la librería, que en ese tiempo se llamaba Castillo centro cultural; después se mutaría en Librerías Castillo y después en nada. La nota marca tres mil ochocientos pesos, está fechada con el cuatro de febrero de mil novecientos ochenta y cuatro. Acababa de cumplir quince años, recién entraba a la preparatoria, era un pirómano irrefrenable, un pésimo estudiante y por fín tengo en mis manos los cuentos completos de Edgar Allan Poe. Me pasé el resto del día leyendo. Cuando cayó la noche me envolví en una atmósfera que fue lenta y gradualmente generando un ambiente que nunca había experimentado. Comenzaron a aparecer criaturas, mezcla de mitos y deformaciones animales y humanas, ruidos, espectros, voces que salían de todas partes, vibraciones, objetos que se movían solos y dementes que tocaban puertas y ventanas, intentando entrar unos y salir otros. Combiné la experiencia literaria con un disco de Black Sabbath. Bien recuerdo la noche; fría, el cielo sin luna, nuboso, y el viento levantando las hojas en el jardín. Me dejé envolver por el miedo y me entregué por completo a la fantasía. Esa noche, la mejor de todas, aún no termina.



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