miércoles, 3 de diciembre de 2008

ABDÓMEN

Desperté con un curioso hormigueo a un lado de mi abdómen. Me tallé los ojos e intenté levantarme pero no pude. Siento un dolor extraño alrededor del hígado, por encima de los riñones. Enderezo el cuello y observo los dedos de los pies, al menos puedo moverlos. Pero al intentar girar el torso los músculos no responden y el dolor se intensifica. El hormigueo sobre la piel continúa. Tomo la taza de café frío que está sobre la mesita y lo bebo; sabe horrible pero tiene azúcar. Afuera está lloviendo, el día opaco y frío y no se escucha nada más que el golpeteo del agua sobre las láminas de la cochera y el viento sacudiendo los árboles de la entrada. Estiro el brazo y alcanzo con dificultad la lámpara y la enciendo. No soporto el hormigueo, la sensación es desesperante. Giro la cabeza, abro el cajón de la mesita y saco un pequeño espejo. Lo coloco a un costado de mi abdómen, inclino la vista y entonces lo veo: un pequeño agujero, con los bordes secos y descoloridos y la carne roída delimita un oscuro canal. Una procesión de hormigas entran y salen; sacan diminutos pedazos de mi cuerpo.