martes, 24 de febrero de 2009

VACA MUERTA


Caminando por el lecho del rio encontré a una vaca muerta. Abotagada, rígida y con una mirada particularmente inexpresiva parecía contemplar su propia descomposición. Fuí acercándome despacio, con cautela.





El cuerpo está echado sobre la arena. Las moscas se posan sobre su piel. El cuero está duro y recuerda a un tambor. Me acerco un poco más y me inclino: tiene el ano reventado y a través del hueco pueden verse vísceras y músculos pudriéndose.











Insectos entran y salen de la cavidad. Solo puedo imaginar lo que estará ocurriendo dentro del cuerpo inflado de aquél animal. En un momento deja de soplar la brisa y el aire cae bruscamente sobre las rocas y la arena, entonces el hedor se intensifica; aromas punzantes se estancan en la atmósfera inmediata al cuerpo y se esparcen con lentitud, cubriéndolo todo de enfermedad.















Pienso entonces sobre las cosas tan maravillosas que deben estar ocurriendo dentro de ese cuerpo ahora. El proceso de descomposición es tan complejo, es un fenómeno orquestado de manera insospechada. La maquinaria biológica que opera sobre este animal es fantástica; implica la acción de bacterias, hongos, insectos, animales carroñeros y, además, los elementos ambientales.












La piel alrededor de la ubre está tensa, dura, como si la hubieran estirado. Supongo que en algunas horas las tetillas estarán supurando líquidos purulentos.
















Me acerco a la cabeza de la vaca y la miro a los ojos, y mientras las nubes atraviesan el cielo y se rompen contra la montaña, cierro los ojos y pretendo escuchar algo. Repentinamente me asalta una sensación de vómito: me tapo boca y nariz, retrocedo.



















El aire continúa estancado, el ambiente denso y sofocante me marea, es difícil respirar. Todo parece detenerse. El cuello tenso y arqueado levanta la cabeza, la posiciona de tal manera que la mirada del animal pareciera no ver nada en particular, solo una vista perdida, vacía, perturbadoramente desprovista de sentido, de explicación: no hay nada que justifique esa expresión y eso me inquieta.















Todo está tan callado. Apenas y pueden escucharse las vibraciones del aleteo de las moscas sobre el cadáver. De pronto se renueva la brisa, respiro hondo, me levanto y comienzo a alejarme, despacio, y sin mirar atrás sigo un camino con rocas, polvo y yerbas; entonces entiendo que en un punto de ese camino el tiempo se detuvo y un animal muerto me susurró algo que no quiero recordar.












1 comentario:

Anónimo dijo...

Guacala!!!! En especial los agujeros en el vientre. Olía a algo?