Comió galletas de chocolate con un vaso de whisky y se fue a dormir. Se tiró en la cama, escuchó radio y entregó su vigilia a una extraña transmisión en un idioma desconocido y con una música de fondo mesmerizante e inquietante. Intentó adivinar lo que aquellas voces decían. Lo imaginó. Afuera, el viento sopla y los gatos saltan sobre los botes de basura. El sueño lo jala. Solo la estática del radio, mezclada con voces lejanas y una pequeña luz en la habitación permanecen. Iba a escribir que
sobre la cama, el hombre sueña su muerte, envuelto en voces que, desde un sitio distante y desconocido, lo llaman. No quise hacerlo por temor a no despertar nunca más. No es el momento.
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