martes, 6 de enero de 2009

HIELERA

Abrí la hielera para sacar una cerveza. Las latas flotan entre trozos de hielo. Metí la mano y acaricié un bote. El agua es fría, tan fría. Sentí el impulso de sacar la mano, pues comenzaba a dolerme, pero decidí dejarla un rato más ahí dentro. El dolor pasó y con la mano entumecida, experimenté un hormigueo y después nada. La mano está morada, el lecho ungeal presenta tonos azulados y aunque puedo mover los dedos, no siento nada. Entonces tomé un cuchillo para filetear bistek y comencé a cortar la piel, justo por debajo de la muñeca. Aún no siento nada. Corté músculos y tendones hasta alcanzar los huesos. Maniobré la hoja entre las articulaciones y huesos, desprendiendo tejidos, hasta que la mano comenzó a colgar. El agua se llena de sangre y se disuelve tan lentamente. Corté lo que quedaba de piel y músculo y la mano cayó en el agua. Los músculos del antebrazo de restraen y abultan hacia el codo. Del extremo de mi brazo chorrea sangre y pende un colgajo de piel; me amarré una bolsa de plástico en la muñeca. Comienzo a recobrar la sensibilidad.

La mano, tumefacta, descansa en el fondo de la hielera, fría, inmóvil.

La sangre comienza a formar grumos, flotan sobre la superficie.

El dolor.

Me doblo.

Me rompo los dientes.

El dolor.

Entonces retiro la bolsa de mi antebrazo y lo meto en la hielera. El dolor cede, vuelve el hormigueo.

Sobre el suelo, descansa el cuchillo bañado en sangre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que necesidad de automutilación. Cuantas penas pagará ese tipo. Tríste, muy triste.

Chef Herrera dijo...

hay quienes automutilan su capacidad de razonar, y hay quienes aplauden el hecho. Más triste aún. Cuántas penas pagará la humanidad.