viernes, 3 de octubre de 2008

OJO

Se me está derritiendo un ojo. Hace un tiempo el nervio óptico comenzó a irritarse y envió mensajes erráticos a los músculos que controlan el globo ocular. El ojo comenzó a brincarme. Es un tic, me dijo un vecino, pero después de unos días el brincoteo se tornó violento y tuve que ponerme un parche, pues comencé a perder el equilibrio. Después llegaron los dolores de cabeza. Terribles. Insoportables. Tomé analgésicos leves, después recurrí a cosas más potentes, hasta que tuve que conseguir sustancias depresoras en el mercado negro. Empero, los dolores siguieron. Hace poco me quité el parche. Veía borroso. Las imágenes aparecían como una composición de sobresaltos y pinceladas torpes, combinadas con sonidos ondulantes que chocaban en mi oído en ecos retardados. Después perdí completamente la visión. Sencillamente no pasaban ya destellos o estímulos de ninguna especie. Parecía como si el nervio hubiera necrosado. El ojo ya no se mueve. Pierde forma. Palpita. Un líquido oscuro supura. Minúsculas vacuolas llenas de gas se forman en su interior y viajan a la superficie; eclosionan, liberando el gas que arde al contacto con el oxígeno atmosférico, creando brevísimias volutillas incandescentes. La grasa de los tejidos se licuifica. La órbita se deshace. Una masa gelatinosa escurre por mi rostro: entreteje sangre, grasa con gas, humor linfático y músculo en estado líquido. Pronto el hueso pierde consistencia, se estira y mezcla con el escurrimiento.

No soporto el dolor.

Me siento frente a un espejo y me observo.

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