Hay un eritrocito durmiendo en mi cama. No lo creería usted pero ¡es enorme! Como del tamaño de una pelota de futból, incluso un poco más grande. Ya sabe usted como son: redondos, rechonchos y apachurrados en el centro. Parecen donas que no alcanzaron a formarse. La cosa es que aquella célula reposa en mi cama, sobre la almohada. Se mueve un poco. Como que quiere acomodarse, pero le cuesta trabajo. Encendí mi linterna de mano y la acerqué a su superficie: la piel es translúcida y muestra un líquido rojo intenso. Dentro hay corrientes que transportan materiales protéicos y minerales.
Es fascinante.
Pasé horas viéndolo.
Después de un rato, me aburrí.
Ahora estoy que me caigo de sueño y no se qué hacer, pues por más que le grito, le digo que se vaya, sarandeo la cama y estiro las sábanas, no se mueve. Apenas reacciona.
Lo siento pero no puedo dormir junto a un eritrocito gigante, no estoy preparado para eso.
Entonces tomé un picahielos y lo ponché.
Estalló.
La sangre está por todas partes, se está coagulando.
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