Acudí al domicilio donde en el periódico anunciaban el salón de masajes. Entré, algo nervioso, y me pasaron a una sala de espera. El sitio es pequeño y algo sofocante. Detrás de un escritorio una secretaria recibe llamadas y agenda citas. Frente a mi, una foto enorme de una playa tropical cubre la totalidad de la pared y me invita a creer que no estoy en la ciudad. Afuera hace frío y el viento sopla, levantando hojas y polvo. Gente pasa por un corredor que conduce a varias habitaciones pequeñas equipadas con una mesa especial para masajes, un sistema de audio que vierte música ambiental y sonidos de la naturaleza, una bandeja con aceites y esencias, toallas, un lavamanos y focos controlados para dosificar la luz. Un altavoz dice "siguiente" y una mujer con una bata de hospital aparece e indica que debo seguirla. Dejo la sala de espera con su idílico paisaje tropical y camino hacia el pasillo. Respiro hondo, la mujer se detiene, empuja una puerta y entramos. El cuarto es pequeño, el techo alto y sobre la pared, un anuncio impreso en plástico y con figuras humanas dibujadas indica la agenda a seguir; quitarse los zapatos, después los calcetines. Luego hay que deshacerse de la camisa para pasar luego a los pantalones y finalmente, la truza. Ahora hay que acostarse boca abajo sobre la mesa, colocando la cara en la abertura cuadrada, y así mirar el suelo mientras comienza el proceso. Se escucha la música relajante, la iluminación disminuye, se dilatan las pupilas, respiro e imagino sitios donde pudiera tomar unas vacaciones. Abren la puerta y entra la masajista. Hay una perturbadora exclusión de diálogo, solo un intercambio dérmico entre sus manos y mi espalda, que ya comienza. Respiro profundo, sus dedos me piden me relaje, tómalo con calma, te sentirás mejor. Accedo. Mis brazos cuelgan, me estoy soltando. Pronto dejo de sentir el peso de mi cuerpo, la música el aceite y la esencia aromática me envuelven subliman siento que floto, sus manos recorren la espalda yo cierro los ojos comienzo a ver una playa, con olas que se dejan caer rítmica y apaciblemente sobre la arena, sus manos son olas mi espalda un mar una playa, me siento tan bien, quiero que siga, no pare.
Abren la puerta. Un aire frío me crispa la piel. Se detiene el masaje. Alguien a entrado a la sala, una, dos personas, no lo se. Nadie habla, solo escucho y siento el aire perturbado por los aspavientos que hacen con las manos, señas, órdenes. Sigo boca abajo, con la vista fija en el suelo, los aceites calientan la espalda, me concentro en los aromas florales, en el eucalipto, la canela. De pronto sostienen mis brazos, presionan mi cabeza contra la mesa y sujetan mis piernas; forcejeo pero es inútil, son mucho más fuertes que yo. Comienzo a gritar cuando todo se ilumina intensamente; aumenta el volúmen de la música, que ahora se ha transformado en heavy metal. Estoy gritando pero no puedo escucharme, la
1 comentario:
Que ritmo tiene esto. Realmente me hizo leer con cautela,luego rápido y al final bajó la velocidad a casi parar de leer. Wow,
Ya dejame dormir sin pesadilla.
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