viernes, 12 de febrero de 2010

RESTOS




Caminé por el desierto y encontré un esqueleto. Me detuve a contemplarlo y así estuve un rato, viendo como el sol lo bañaba de sombras y el aire lo resecaba. Ya para irme, sentí algo, una vibración, un mensaje, premonición: algo. Decidí quedarme un rato más. Me senté junto a él. Lo miré detenidamente y esperé a que me comunicara algo; Quién era, de dónde venía y cómo había ido a parar a este sitio desolado. ¿Cómo has muerto? No obtuve ninguna respuesta. Permanece ahí: blanco, mineral, inmóvil, como una roca extraña, oráculo misterioso, sitio donde los caminos se detienen y apuntan hacia la nada. Pierdo mi vista en sus órbitas, su cráneo roto, huesos con pelambre pegado y seco, vértebras que se hunden en la arena.
No obtengo ninguna respuesta.
El sol se oculta. Comienza a soplar un viento frío. Tengo sed. Ya se ven algunas estrellas; escucho la arena impulsada por el viento, viajando, rozando sobre si mísma. Hacia el límite del horizonte, se aprecia la línea de la cordillera como un trazo ténue y gris; se desvanece. El viento arrecia; la arena hiere mi piel, la desgarra. Oscurece. De pronto, la noche se viene encima. Hace frio tengo frío, me entumo, me acalambro: mi cuerpo se tensa. Estoy deshidratado, mover los párpados lacera mis ojos, duele. Se contraen mis músculos, las articulaciones se resecan, comprimen, gimen: me resquebrajo. Intento arrastrarme, se desgarra mi piel contra la arena; grito y escupo sangre. De las entrañas del esqueleto comienzan a salir alacranes. Puedo escuchar el crispar de sus patas rozando la arena y el crujir de sus cuerpos segmentados rompiendo el aire.
Ya se acercan.


2 comentarios:

Alma Ramírez dijo...

por un momento recordé levemente a Un habitante de Carcosa...

Chef Herrera dijo...

había olvidado el cuento de Bierce; está chingón cuando al final el tipo se da cuenta que es un fantasma.