lunes, 15 de febrero de 2010

MEDICAMENTO



Sobre el buró de mi cama apareció un medicamento. No recuerdo el nombre ni para qué sirve. La caja dice que no debes tomar mas de seis cápsulas en un lapso de veinticuatro horas. 
Eso no lo entiendo.
No exceder seis cápsulas en un día. ¿Por qué? ¿Acaso no son buenas las medicinas? Para eso fueron hechas, para que el ser humano las tome y se sienta mejor. Esa noche rompí la caja de cartón de aquél medicamento y saqué una plantilla de plástico sellada con papel aluminio. Pequeños nichos protegen cápsulas translúcidas que encierran alguna sustancia milagrosa. 
Las píldoras viajan por mi esófago y han eclosionado, en una dosis cinco veces lo que las instrucciones permiten. Se disuelven en el duodeno y son absorbidas en el intestino.
Me siento bien. Hasta ahora no ocurre nada; malestares, dolencias, sudoraciones, temblores o sangrados. Mi cuerpo parece funcionar mejor que antes. Me siento tan bien, pero tan bien, ¡chingado!
Ya lo he dicho; las medicinas son para hacernos sentir bien, prevenir enfermedades y dolencias y extender la vida; digo que lo son todo. Ya he comenzado a comprar toda clase de medicinas y he iniciado una dieta con ellas. Mi cuerpo ha cambiado. Ahora soy resistente a cosas que antes me hubieran matado o, en su defecto, llevado a una silla de ruedas o a permanecer postrado en un camastro en estado comatoso. El fuego no alcanza a quemarme por completo; mi piel se regenera tan rápido que apenas y puede notarse algún rastro de quemadura. Así mismo, me he expuesto al efecto devastador del veneno, pero no he sentido más que un cosquilleo juguetón que baja por mi esófago, recorre el intestino y hace titilar mi ano. De la misma manera intenté dañarme arrojándome a un caudaloso y violento rio, y aunque la corriente me arrastró kilómetros bajo el agua golpeando mi cuerpo contra rocas, moliendo mis órganos y rompiendo mis huesos, al final terminé tendido sobre la orilla del lecho, con mi cuerpo efectuándose a si mismo resucitación cardiopulmonar. Horas más tarde las lesiones internas y las fracturas sanaron y me fui a casa silbando una alegre melodía, como si nada hubiera ocurrido.
Por eso abogo a favor de la causa de los medicamentos y su libre consumo. No crean lo que viene impreso en la caja y pongan oídos sordos a lo que los médicos digan al respecto: la última palabra la tienen ustedes. Pueden tomar la medicina que quieran y en la cantidad que a ustedes les parezca adecuada. Su cuerpo se fortalecerá, serán mejores ciudadanos y vivirán el doble. A la larga, la evolución nos premiará con una lóngeva existencia de quinientos años, y, quien sabe, ¿por qué no? hasta la inmortalidad. 



3 comentarios:

Alma Ramírez dijo...

Este texto no tiene madre. Así tal cual. Salud.

Anónimo dijo...

Cuidado Sr Herrera, no se lo quieran merendar.

Atte

Dr Caveca.

Por cierto muy bueno el escrito.

Pagina de inicio dijo...

Atónito por lo que he leido. Salud