jueves, 18 de febrero de 2010

ME VOY

ME CAMBIÉ DE BLOG. AHORA ESTOY AQUÍ: http://chefherrera.tumblr.com/
Blogspot tiene muchos problemas técnicos y mi página no se carga bien en muchas computadoras. Subir fotos y acomodarlas es una odisea. Tampoco puedes poner directamente archivos de sonido o video, debes usar un host. Chinga tu madre pinche mugrero, ¡hasta nunca!

AH

P.S. Voy a dejar el blog viejo funcionando, pero las entradas nuevas van todas al tumblr.

lunes, 15 de febrero de 2010

MEDICAMENTO



Sobre el buró de mi cama apareció un medicamento. No recuerdo el nombre ni para qué sirve. La caja dice que no debes tomar mas de seis cápsulas en un lapso de veinticuatro horas. 
Eso no lo entiendo.
No exceder seis cápsulas en un día. ¿Por qué? ¿Acaso no son buenas las medicinas? Para eso fueron hechas, para que el ser humano las tome y se sienta mejor. Esa noche rompí la caja de cartón de aquél medicamento y saqué una plantilla de plástico sellada con papel aluminio. Pequeños nichos protegen cápsulas translúcidas que encierran alguna sustancia milagrosa. 
Las píldoras viajan por mi esófago y han eclosionado, en una dosis cinco veces lo que las instrucciones permiten. Se disuelven en el duodeno y son absorbidas en el intestino.
Me siento bien. Hasta ahora no ocurre nada; malestares, dolencias, sudoraciones, temblores o sangrados. Mi cuerpo parece funcionar mejor que antes. Me siento tan bien, pero tan bien, ¡chingado!
Ya lo he dicho; las medicinas son para hacernos sentir bien, prevenir enfermedades y dolencias y extender la vida; digo que lo son todo. Ya he comenzado a comprar toda clase de medicinas y he iniciado una dieta con ellas. Mi cuerpo ha cambiado. Ahora soy resistente a cosas que antes me hubieran matado o, en su defecto, llevado a una silla de ruedas o a permanecer postrado en un camastro en estado comatoso. El fuego no alcanza a quemarme por completo; mi piel se regenera tan rápido que apenas y puede notarse algún rastro de quemadura. Así mismo, me he expuesto al efecto devastador del veneno, pero no he sentido más que un cosquilleo juguetón que baja por mi esófago, recorre el intestino y hace titilar mi ano. De la misma manera intenté dañarme arrojándome a un caudaloso y violento rio, y aunque la corriente me arrastró kilómetros bajo el agua golpeando mi cuerpo contra rocas, moliendo mis órganos y rompiendo mis huesos, al final terminé tendido sobre la orilla del lecho, con mi cuerpo efectuándose a si mismo resucitación cardiopulmonar. Horas más tarde las lesiones internas y las fracturas sanaron y me fui a casa silbando una alegre melodía, como si nada hubiera ocurrido.
Por eso abogo a favor de la causa de los medicamentos y su libre consumo. No crean lo que viene impreso en la caja y pongan oídos sordos a lo que los médicos digan al respecto: la última palabra la tienen ustedes. Pueden tomar la medicina que quieran y en la cantidad que a ustedes les parezca adecuada. Su cuerpo se fortalecerá, serán mejores ciudadanos y vivirán el doble. A la larga, la evolución nos premiará con una lóngeva existencia de quinientos años, y, quien sabe, ¿por qué no? hasta la inmortalidad. 



viernes, 12 de febrero de 2010

RESTOS




Caminé por el desierto y encontré un esqueleto. Me detuve a contemplarlo y así estuve un rato, viendo como el sol lo bañaba de sombras y el aire lo resecaba. Ya para irme, sentí algo, una vibración, un mensaje, premonición: algo. Decidí quedarme un rato más. Me senté junto a él. Lo miré detenidamente y esperé a que me comunicara algo; Quién era, de dónde venía y cómo había ido a parar a este sitio desolado. ¿Cómo has muerto? No obtuve ninguna respuesta. Permanece ahí: blanco, mineral, inmóvil, como una roca extraña, oráculo misterioso, sitio donde los caminos se detienen y apuntan hacia la nada. Pierdo mi vista en sus órbitas, su cráneo roto, huesos con pelambre pegado y seco, vértebras que se hunden en la arena.
No obtengo ninguna respuesta.
El sol se oculta. Comienza a soplar un viento frío. Tengo sed. Ya se ven algunas estrellas; escucho la arena impulsada por el viento, viajando, rozando sobre si mísma. Hacia el límite del horizonte, se aprecia la línea de la cordillera como un trazo ténue y gris; se desvanece. El viento arrecia; la arena hiere mi piel, la desgarra. Oscurece. De pronto, la noche se viene encima. Hace frio tengo frío, me entumo, me acalambro: mi cuerpo se tensa. Estoy deshidratado, mover los párpados lacera mis ojos, duele. Se contraen mis músculos, las articulaciones se resecan, comprimen, gimen: me resquebrajo. Intento arrastrarme, se desgarra mi piel contra la arena; grito y escupo sangre. De las entrañas del esqueleto comienzan a salir alacranes. Puedo escuchar el crispar de sus patas rozando la arena y el crujir de sus cuerpos segmentados rompiendo el aire.
Ya se acercan.


miércoles, 10 de febrero de 2010

CIRCULO

Existe en el punto más remoto del desierto un túnel circular de roca. Es enorme. Algunos dicen que lleva ahí tres mil años. Parecen ruinas y no hay señas de vida a su alrededor. No hay veredas o caminos que lleven a él, pues el viento las borra, dejando la arena tan tersa, callada e inquieta, escondiendo un montón de huellas y peregrinaciones misteriosas. Desde lejos puede verse cómo se levanta esta muralla redonda y a medida que te acercas no puedes dejar de notar que no tiene entrada. Las historias concuerdan en que, una vez que has sido atraído hacia este oráculo, se abre una puerta mágica y te engulle; unos son atrapados de manera espontánea, solo por haberse acercado, pero otros son llamados en sueños recurrentes y en voces que vienen de algún lejano lugar del tiempo. Uno entra y no sale de ahí jamás. Lo único que se puede hacer es caminar en círculos hasta caer muerto. Se cree está habitado por un ser inmortal que se come la carne y tritura los huesos de los que van muriendo. Vive en un foso al centro de aquella fortaleza y cuando presiente que uno de los caminantes está por morir emerge de la profundidad. Entonces lo digiere y regresa al centro de la tierra, donde habita en una cueva enorme, en un palacio de oscuridad. Desde ahí atrae a los caminantes y los lleva directo a la entrada de aquél túnel; los llama con un irresistible suspiro tan sublime y hermoso que recuerda a una mezcla entre un cenzontle y una brisa suave y despreocupada. Quienes han pasado cerca de ahí y lo han evitado pronto comienzan a soñar insistentemente con una voz que los llama, y, fatalmente atraídos a ella, un día salen al desierto a buscarla; una vez que han sido engullidos, comienzan su ciclo de muerte en una lenta y dolorosa marcha circular que no termina hasta que el cuerpo y el alma ceden.
Afuera, el viento hace rodar la arena y el sol incandesce, sofocando la atmósfera e iluminando un cielo sin nubes.

domingo, 7 de febrero de 2010

DESEOS



Cada año, desde que tengo memoria y frente al pastel de cumpleaños, pensé un deseo, cerré los ojos, extinguí las velas con mi aliento y esperé, pero nunca se hicieron realidad, ni uno solo. Todos estos años permanecí con los ojos cerrados, esperando a que los deseos consolidaran y se juntaran. Hoy los he abierto: quiero verlos todos frente a mí. Son tantos. Algunos imposibles, pero acepto sustituciones. Tengo una lista detallada de todos ellos; quiero que se vuelvan realidad. Desde juguetes increíbles, viajes fantásticos, un pene de estrella porno, novia con tetas gigantes, autos deportivos y mucho, mucho dinero, los he ido juntando, pacientemente, hasta el día de hoy. Lo exijo: se me prometió que se harían realidad y ya he esperado mucho tiempo. 

miércoles, 3 de febrero de 2010

VIENTO





El viento sopla con fuerza y sacude las ramas.
-Se cayó el basurero de la calle, -dije. Lo oí, respondió el niño. 
En momentos se calma, pero pronto vuelve a azotar. -Escucha el viento, -susurré, mientras una bocanada de aire se abre paso por la ventana y hace bailar la cortina. Abre los ojos y surca el techo de la habitación, como queriendo encontrar un rastro visible de la ventisca. Comienza a llover. El ambiente se llena de un aroma mineral, seguido de tierra humeda. -Tengo frio. -Y al jalar la cobija ocurre un apagón. Entra más aire, levanta un montón de hojas sobre el escritorio y las esparce por la habitación, como pájaros enloquecidos en medio de una tormenta. Abrió bien los ojos y la boca y apretó la cobija.
Siguió con los ojos abiertos, imaginando, en medio de aquella oscuridad agitada, el aire y la lluvia.
Duerme.
Ha dejado de llover, pero el viento sigue, y se confunde a veces con su respiración.


lunes, 1 de febrero de 2010

CAMISA


Escuché el golpe: fue tremendo. De inmediato sabes que fue un choque; es algo que se siente: se te crispa la piel y algo dentro de tí tiembla. Me puse una bata y pantuflas y caminé apresuradamente por la banqueta. El carro se había dado de frente contra el poste de la esquina. Me acerqué. El motor invadió la cabina. Engarruñado, el cuerpo del conductor, destrozado contra el volante, mezclado con fierros vidrios vísceras plástico sangre tela. El radio aún suena y las luces permanecen encendidas. El asiento de atrás aloja a una persona con el pecho detrozado; una mujer a su lado gime. Apenas y puedo escucharla. Comienza a respirar agitadamente y emite un gorgoreo: le brota sangre por la boca. Me asomo; tiene el cuello cercenado y un pedazo de metal le atraviesa el abdómen. De pronto, se apaga el radio. Rodeo el vehículo, pisando fragmentos de vidrio y plástico y a unos metros de ahí veo un cuerpo. Venía en el asiento del copiloto. Con el impacto salió disparado y yace parte sobre la calle y parte en la banqueta. Tiene el torso desnudo y el cráneo partido en dos. Comienzo a alejarme cuando veo un pedazo de tela atorado en uno de los pequeños árboles que crecen a lo largo de la banqueta; es la camisa del copiloto. No puedo resistir el impulso y, cuidando de no ser visto por los vecinos que ya se acercan al accidente, la tomo, meto debajo de mi bata y regreso a casa. Cierro la puerta, me recargo contra la pared, respiro hondo y arrojo la prenda hacia el sillón de la sala. Está arrugada, rota, manchada de sangre y tierra. Tiene un olor terrible a loción, sangre y gasolina. El aroma me enferma; subo a la recamara, me desvisto y ducho. Apago la luz y me tumbo en la cama. Afuera escucho el ajetreo; repliego la cortina y me asomo: apenas llega la ambulancia, la calle está llena de gente. Cierro la ventana. El barrio se llena de sirenas, gritos, barullo, conmoción. Intento dormir. Las imágenes del choque me asaltan pero después de un rato el sueño me vence; entro en sopor, cedo y caigo dormido.
La mañana es fria y me preparo un café. Aún hay rastros de aceite, vidrios, trozos de plástico, metal y sangre. Tanta, que a ratos se acercan gatos a lamerla. Se han llevado el vehículo y el poste se encuentra despostillado, a punto de caer. Hay gente en la calle; toman fotos, conversan, se llevan la mano a la boca y mueven la cabeza en signo de negación. Aún tengo el zumbido del impacto en los oidos. Doy un sorbo al café, trago y un escalofrío me afloja las piernas; abro bien los ojos y echo una mirada a la sala: la camisa ha desaparecido. Solo unas gotas de sangre manchan el sillón.