viernes, 16 de enero de 2009

DEMONIO

Recuerdo el rancho de mi tía, en la costa de la laguna de Tamiahua. De niño, pasé mis mejores vacaciones ahí. Viví una extraña combinación de alegría, euforía, miedo y terror. De lo último le arrebato a la memoria noches de lluvia, viento y tormenta; se iluminaba la ventana envarillada que estaba encima de mi cama. Con cada resplandor de un rayo, detrás de los barrotes de fierro se aparecía repentinamente un demonio. De rostro sonriente y rojo, juguetón, malicioso. Máscara, caricatura extraída de una baraja de lotería quizá, o de una figurilla de yeso ganada en alguna kermés, siempre envuelta en oscuridad, misterio. Apenas un niño, esa aparición siniestra me siguió durante años. Fue -es- presencia que se mantiene, acechante, con su misma sonrisa y mueca malévola, inmóvil, perpetua. El demonio sigue ahí, merodeando las ventanas en noches de lluvia, viento y tormenta, su rostro brevemente iluminado por el resplandor de los rayos.

Hace tanto tiempo que no duermo.

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