domingo, 31 de agosto de 2008

EN LA FONDA



Este es mi restaurante. Aquí no ejerzo mi profesión, sino mi libertad. Hago lo que tengo que hacer para desarrollar mi creatividad, mantener a mi familia, aportar algo sensible a mi sociedad y, espero, a mi país. Y claro, me divierto tremendamente. Cocino invento cosas nuevas cada semana. Hago lo que se me pega mi rechingada gana. Atiendo personalmente a mi clientela. La fonda no es un restaurante, la fonda soy yo. Mi primer oficial, el chocolate, es un indio Téenek, de la huasteca potosina. Cuando no estoy, se encarga de la cocina. Es muy hábil. He aprendido algo de su idioma, cosas sencillas. Me gusta lo que hago. Pasa el tiempo y lo hago mejor. No siempre las cosas salen bien: hay días malos. Como en todo. No hay de qué preocuparse: lo importante es la constancia, la actitud. Salimos adelante, hasta hoy. ¿Por qué hice la fonda así, como es? Porque es el sitio a donde yo iría a pasar un buen rato y comer como en ninguna otra parte. Nomás.

sábado, 30 de agosto de 2008

BENEDICTO


Benedicto es el Papa. Un artista callejero lo dibujó de manera muy apropiada. Desafortunadamente, alguien censuró el dibujo y ya no existe. Claro, no contaban con que yo siempre cargo con una cámara, por lo que la obra de este artista ha quedado inmortalizada.

BUEN PERRO



Tengo un perro. Se llama gunther pero le decimos la burra. No le gusta que le pongan apodos y gruñe cuando le decimos la burra. Vive en el patio. El otro día cazó una rata. La burra es un buen perro.

viernes, 29 de agosto de 2008

CALOR

La atmósfera exhala y forma nubes gigantescas, volutas de vapor se inflan crecen sobre si mismas se apretujan empujan revuelven el aire, difuminan el azul atmosférico y lo diluyen en una pincelada borrosa.
El calor es intenso. Los rayos solares penetran el asfalto y derriten la mezcla de tierra con rocas que está debajo. El pavimento forma ámpulas, se hinchan y estallan, liberando vapores nocivos. La gente los respira, tose y se marea. Algunos sucumben a la irritación, caen y se agitan en espasmos violentos, luego comienzan a disolverse, y sus cuerpos pierden forma; ahora son bultos de consistencia jabonosa que se desparraman por el suelo. En casas y departamentos, familias enteras mueren, pero esto no es notorio, pues el aroma a putrefacción es sublimado por las altas temperaturas. Los edificios comienzan a desmoronarse; las paredes truenan, las tuberías estallan y el agua se evapora al instante. Los vidrios de los automóviles se doblan y las llantas se derriten, creando nubes de humo negro y denso. De pronto, el planeta entero se enciende. Después de un tiempo se enfría. Desde el espacio puede apreciarse: una gran esfera de vidrio con un pequeño centro iluminado viaja a través del cosmos.

jueves, 28 de agosto de 2008

IRON MAN

Con la llama de la vela quemo los alfileres hasta que un tizne muy fino los envuelve. Luego comienzo a enterrarlos en todo mi cuerpo. En algunas partes siento cómo tocan el hueso. Hay casos en que atraviesan alguna vena o arteria importante y un sangrado profuso es suscitado pero el flujo es rápidamente contenido. Ya casi termino; la totalidad de mi piel está cubierta por alfileres. No siento dolor alguno, es mi voluntad ignorar el dolor, es mi destino clavar alfileres en mi piel. De pronto, ocurre: los alfileres se disuelven, son absorbidos por la piel y el metal viaja por el torrente sanguíneo hacia las vísceras. Las cubre recubre y la sustancia solidifica. Siguen venas, arterias y nervios; el metal líquido endurece a su alrededor. Pronto todos los órganos, tejidos y glándulas se encuentran protegidas por una coraza de metal. Mi cuerpo pesa tanto, los tejidos se desgarran, puedo sentirlo con cada palpitación de la aorta. El metal reacciona con el bombardeo de partículas subatómicas provenientes del cosmos y modifica las células sanguíneas: ahora mi sangre es fluorescente.
La radiación cósmica ha llegado al sistema solar y envuelve al planeta. En cuestión de horas, habrá de penetrar la atmósfera y los seres vivos sufrirán mutaciones severas. Los pensamientos de los seres humanos se mezclarán con la radiación en una ola electromagnética expansiva que perturbará toda actividad celular en el planeta.
Me oculto y espero el momento.
He tomado precauciones.
Estoy protegido: nada puede hacerme daño. Afuera, la vida se está transformando, mutando. Un gran cambio está ocurriendo.

ULTIMÁTUM

Debes salir ahora, mientras puedes.
Esto no tarda en reventar.

MOMENTO

Hoy, a partir de hoy, no habrá oráculo, sacerdote, profecía, reclamo milenario, trauma histórico, inercia cultural, efigie milagrosa y disposición oficial que nos diga qué pensar cómo comportarnos qué escribir y qué hacer.
Hoy, solo hoy, nos haremos caso escucharemos a nosotros mismos: hoy, ahora, en este momento único, irreproducible, tentador y ambivalente.
Hoy, en este instante, toda la historia pasada presente y futura, se postra, detiene, escucha y espera, pues algo está por ocurrir. Te diré: seremos verdaderamente libres. Por un momento.

PÁJAROS

Los pájaros no vuelan ya:
se la pasan caminando sobre los cables de luz,
ebrios,
electrizados.

TORMENTA

La atmósfera se electrifica. Retumban los truenos, se disparan las alarmas de los carros y los perros se esconden donde pueden. Cae la lluvia. El viento la arrastra y esparce, silban los pinos todo gotea. Alguien está gritando. Dentro de una habitación con luz difusa en una casa de dos pisos, un árbol pegado a la ventana es sacudido por el aire y apenas deja ver la escena: la mujer sangra se apaga la luz cesan los gritos.
En el trasfondo, los truenos continúan y todo se estremece.

MUERTO

¿QUE clase de muerto soy?
Soy de esos que se van rápido: infarto accidente suicidio noticia inmediata sorpresiva, cosa lamentable y repentina;
¡Oh!, ¿Murió? Pero, ¡Cómo!, ¡No puede ser!
No soy de esos que tardan luchan ponen de cabeza al médico, se acaban el dinero de la familia, estoy en coma, aquí estoy, desconéctame, invocan chamanes curanderos sacerdotes y remedios místicos, dilatan la muerte en gritos y pataleos histéricos pueriles, postergan la necedad de estar vivo cuando se tiene que estar muerto, bien muerto, total y completamente muerto.
No. Yo no me voy a enfermar.
Ni voy a caer en coma.
Ni me voy a encerrar en una recámara, deprimido y con un revolver puesto sobre la sien y tardarme veinte años en jalar el gatillo.
Me voy a morir y punto.
Me entierran me queman o me echan al mar con una piedra amarrada al pescuezo, pero se deshacen de mí rapidito.

MIERDA

El drenaje profundo de la ciudad se tapó. El proceso fue gradual pero un día sencillamente todo el sistema dejó de funcionar. Como un infarto masivo al corazón.
Al principio los insectos emergían de coladeras y registros de drenaje; se creyó una epidemia, pues escarabajos, cucarachas, tijerillas y toda clase de artrópodos salían por la taza del baño y la tarja de la cocina. Luego las hormigas invadieron las tuberías eléctricas y llegó un punto en que no hubo veneno capaz de matarlas a todas, y para complicar el cuadro, el resto de los insectos encontraron en la abundancia de hormigas una magnífica oportunidad para festejarse. Después de un tiempo no pudo controlarse la reproducción de los insectos y ya era habitual vivir con ellos: encima, debajo, alrededor y entre cientos de especies de artrópodos no había hueco donde no hubiera una clase de insecto. Después comenzó a invadirnos el olor. Y no pasó mucho tiempo hasta que de las alcantarillas comenzaron a brotar mierda y orines. Fue como una inundación y una invasión; la materia emerge lenta y amenazadoramente, tomando las calles y entremezclándose con la basura y el polvo. La mancha oscura invade las avenidas y es inicialmente contenida por el reborde de las banquetas. El flujo, como un magma negruzco y burbujeante, avanza despacio pero no hay manera de detenerlo. Los efluvios pestilentes se dispersan en mareas aéreas que penetran todo. El hedor es intenso y hace que la clorofila de las plantas se perturbe e interrumpa su verdor. De pronto, el cielo oscurece: nubes de moscas y langostas llegan a la ciudad y se posan sobre el manto móvil de excremento. De la tierra de parques y jardines emergen escarabajos y corren a esconderse en el flujo fecal. La gente permanece oculta en sus casas, las calles tiemblan, la vida continúa. Lombrices cada vez mas grandes se asoman, nadan y chicotean entre los ríos densos y oscuros de suciedad. Algo ocurre ahora: se desata una lucha entre escarabajos, lombrices y cienpiés. Se devoran entre si, arrancándose segmentos, patas y antenas. Pájaros oscuros y pequeños sobrevuelan el escenario y se abalanzan sobre estas criaturas, las toman con el pico las garras y las comen. Las moscas y langostas se hacen más grandes; los cuerpos blandos de las lombrices desarrollan una coraza dura y escamosa. Los insectos triplican su tamaño, sus garras y mandíbulas son como el acero y ahora tienen glándulas venenosas. Comienza una tormenta eléctrica. La atmósfera es alterada con ráfagas de viento, lluvia y granizo, relámpagos electrifican el ambiente y los truenos sacuden a la masa de insectos que crece y se transmuta en animales nunca antes vistos. Animales domésticos intentan escapar pero son alcanzados por hormigas y escarabajos que los devoran en segundos. La batalla en los ríos de mierda continúa; algunas especies han sido eliminadas, otras crecen y se hacen más fuertes. Del fondo de los flujos se concentran en formas globulosas sustancias que comprometen materia proteica, minerales, fibras y grasas. Al principio son devoradas por los insectos, pero al cabo de un tiempo desarrollan una cubierta calcificada que luego crece y adquiere propiedades flexibles. Dentro de esta esfera y con la ayuda de la electrificación proveniente de la atmósfera, se consolidan los materiales en un cuajo pulsátil amorfo. Luego toma una cierta forma ovoidal y se segmenta. Al tiempo que absorbe nutrientes del medio, la coraza de carbonato se fractura y se adhiere a los segmentos de materia suave subyacentes. Ahora es un animal acorazado, con garras, dientes, patas poderosas y antenas. Nada, asiendo y mordiendo cuanto animal se le cruza. Sale de la mierda y sube a las banquetas, luego escala paredes, rompe ventanas y se introduce en casas, departamentos y oficinas. Busca la sangre del hombre, pues una parte de su ser es humana: semen humano ha contribuido a su formación. Cientos de estos seres acorazados salen de los ríos de excremento y buscan atacan seres humanos. La gente corre, desesperada, resbala cae en los calles muere despedazada por un millar de insectos enormes hambrientos. El crepitar de los artrópodos hace temblar los edificios los árboles, se rompen las ventanas calla el canto de las aves la atmósfera turbia tan densa y oscura tan llena de agua nubes truenos y rayos; insectos vuelan luchan con pájaros estos caen sucumben, abajo un infierno gestándose abriéndose naciendo, un demonio fragmentado en millones de insectos toma las calles, los parques, los cielos, la tierra toda pronto habrá de desaparecer la maldad está aquí, ha llegado a tomar posesión.

UÑAS

He descubierto que las uñas son vestigio de las escamas que solían cubrir nuestra piel. Estos rezagos permanecen en nuestro cuerpo como signo inequívoco de un pasado oscuro, primitivo y arquetípico, en cual nos arrastrábamos nadábamos y nos metíamos en hoyos, mucho antes de subir a los árboles, donde comenzó nuestra verdadera evolución. También he notado otra cosa; las uñas, aparte de ser rudimentarias, distan de ser afuncionales. Quiero decir que no son un mero adorno. Como los corales y hongos, son estructuras vivas y exhiben comportamientos peculiares. Se adhieren a la piel por medio de diminutos pedúnculos, en cuyas terminaciones pueden detectarse celulas especializadas cuya función es secretar un anestésico mismo que, al ser eyectado, prefunde el lecho ungueal, adormeciéndolo, y así la uña puede desprenderse de la piel. Una vez separada del cuerpo, viaja por el suelo, paredes y techos, impulsada por estos mismos pedúnculos que la mantenían unida a los dedos.
Por las noches se ocultan en sitios oscuros, fríos y húmedos, esperan a que crezcan hongos sobre su superficie y después liberan una sustancia que los mata y disuelve, alimentándose de su proteína.
Durante el día trepan lentamente por las cortezas de los árboles, paredes de edificios y postes de luz, y así captan la luz solar y la transforman en energía.
Los pedúnculos que los mantienen unidos a la piel y con los cuales se transportan también poseen otras funciones: son capaces de absorber agua y los nutrientes disueltos en ella, tales como azúcares, sales y minerales. También crecen alrededor de estos pseudópodos ciertas bacterias que procesan algunos productos que la uña no puede digerir, pero aprovecha los productos de desecho de la digestión de la bacteria.
La mayoría de las uñas regresa a sus manos y pies originales, pero otras se revelan: mantienen su ciclo nocturno de consumo de hongos y el diurno de transformación de luz solar y extracción de nutrientes terrestres. Algunas de estas uñas independientes, luego de un tiempo, desarrollan alas y se transforman en pterodáctilos. Otras siguen arrastrándose y se vuelven tortugas.

PANCHO SECO

Le decían “Pancho seco” porque estaba flaco y enclenque, tanto, que las costillas le protruían y las articulaciones resaltaban de manera grotesca.

Se fue a Pittsburgh a probar suerte, pues un primo suyo había trabajado ahí, pero al cabo de un mes de haber llegado se quedó sin dinero. No encontró trabajo y comenzó a pedir limosna, y lo único que recibió fueron escupitajos, insultos y patadas. Un día de fuertes ventiscas y estando tirado en un callejón, un periódico se le fue a embarrar a la cara y ahí pudo leer que unos laboratorios pagaban 500 dólares por hacer pruebas de un medicamento nuevo. Sin pensarlo dos veces salió de aquél callejón y se encaminó hacia los laboratorios. Una vez dentro, lo hicieron firmar documentos, lo escoltaron hacia un cubículo, lo sentaron en una cama de hospital y luego de conectarle toda suerte de ductos, catéteres y electródos, le inyectaron una serie de sustancias. Repitieron la operación una y otra vez por espacio de una semana y después lo pasaron a un cuarto de recuperación. Al cabo de un par de días en observación el tipo se convulsionó, vomitó sangre, su piel tomó una coloración nunca antes vista, no podía articular lenguaje y veía borroso. Tambien le tuvieron que poner un pañal, pues era incapaz de contenerse. Al cuarto día suspendieron el ensayo y los médicos, aterrados, le sacaron sangre, orines y caca, lo metieron en una furgoneta con vidrios polarizados, lo llevaron a un callejón oscuro, le metieron mil dólares en la bolsa y lo echaron a la calle.

Cómo llegó a México es un misterio. La cosa es que regresó a Monterrey.

Nunca se recuperó del todo. Se le veía por la calzada Madero, vagando sin sentido y balbuceando cosas rarísimas. Tenía delusiones estrambóticas sobre alienígenas en trajes fluorescentes con pistolas de rayos X y jeringas enormes. Lo internaron un par de veces en el psiquiátrico hasta que lo dejaron vagar libremente y así se transformó en un teporocho.

Terminó atropellado por un ecotaxi. Su cadáver fue llevado al anfiteatro del hospital universitario, donde nadie fue a reclamarlo. Su cuerpo fue donado a la facultad de medicina y usado para las prácticas de anatomía, donde los alumnos reían y se mofaban de el, pues sus genitales eran particularmente pequeños.

PIEL

Esto comenzó hace más de una semana. Primero sentí la piel rasposa y reseca. Nada que una crema no pudiera resolver. Como no se me quitaba la resequedad, el asunto empeoraba. Tomé un tratamiento dermatológico y al final caí en cuenta que no se habían generado resultados positivos: la piel siguió endureciéndose. Al tercer día perdí color y me puse de un tono verde grisáceo. Luego se me cayó el vello y después el pelo. El endurecimiento siguió su curso y con cada hora que discurría me era más difícil moverme. Sentarme era un suplicio y mover los brazos era cosa de mucho esfuerzo. El quinto día desperté con un dolor intenso; un sonido crujiente me llevó a mirar mi nueva piel: se fragmentaba en octaedros y cada pedazo se encogía, dejando un surco rojizo entre cada placa. Mi piel era ya una corteza imposible de cortar; rugosa, dura como una uña, con pequeños conos que se elevaban desde cada una de las placas.
Hacia el quinto día mis manos y pies desarrollaron potentes garras, mis orejas cayeron y mis ojos se redujeron a dos pastillas alargadas y oscuras.
Para el sexto día mi abdomen se tornaba liso, armado por una docena de segmentos horizontalmente acoplados, de tonos claros; pueden verse algunas venas debajo. Mi lengua cambió y al sacarla, frente al espejo la noté más larga y dura, y en la punta habíase formado un pequeña esfera glandular, recubierta por miles de pequeñas receptores nerviosos. El séptimo día los cambios se detuvieron. Mi cuerpo sigue igual. Comencé a recobrar movilidad; pronto los movimientos resultaron fluidos y fáciles.
Vivo cerca de un arroyo en el bosque, en una cueva debajo de unas rocas. Subo a los árboles, me alimento de insectos y pequeños reptiles. Salgo por las noches a buscar peces y escarbo en la tierra en busca de lombrices. Escucho muy bien todos los sonidos y me gusta arrastrar el abdomen por la fresca arena del lecho del río.

POSESIÓN

Cuando nos dejamos llevar por la pasión erótica, el arrebato intelectual, el desborde de la contemplación artística o el gozo fugaz de lo sencillo, lo de todos los días, creemos haber asido comprendido el objeto fundamental de la vida, y entonces sentimos calma felicidad y nos sentamos, satisfechos, a contemplar las cosas.
Pero esto no es cierto.
En esos momentos de entrega letargo enajenación sensorial, se descubre que somos tan solo objetos, medios para que algo alguien se apodere de nuestro cuerpo y viva de lleno estos fenómenos. Quiero decir que somos poseídos: alguien disfruta nuestra vida.
Despierte.
Hay que exorcizarlo.

PLANTAS

Llego a casa y noto que una planta crece desde el contacto de la luz. Al día siguiente una enredadera emergió desde el grifo del lavamanos del baño, ha invadido las paredes y llega hasta el comedor. Después vi cómo una película de moho pintaba de tonos verdes grises y cenizos el techo de la recámara. Cuatro días después giraban en la sala una multitud de girasoles según la caminata solar, y el crujir de los tallos rotando hizo temblar los tapices. Para el quinto día un zacate brillante y verde germinó en el refrigerador y no tardó en cubrir completamente la cocina. Día seis: arbustos de gruesos tallos y hojas arriñonadas aparecieron bloquearon las escaleras y la recámara de los niños. Hoy es el séptimo día; una sinfonía de insectos, ranas y aves pequeñas impide logre escuchar lo que ocurre en la calle, el barrio. El crecimiento de las plantas ha forzado y roto las tuberías de agua; el piso de abajo es un pantano y escucho reptiles y otras alimañas desplazarse entre el lodo y los lirios. El abanico de techo de mi habitación genera una flor malvácea que emite esencias enervantes, aromas que me llevan a un letargo peligroso, fragancia irritante que disuelve la mucosa de mis pulmones y dificulta la respiración. Escucho la generación de vegetaciones extrañas, el crepitar de las plantas ascendiendo desde alfombras y mosaicos invadiendo sillones mesas y camas, crecimiento inmediato de tallos hojas pistilos y frutos.
Una arborización tapa ventanas y puertas, sella corredores impide el camino, la casa reverdece, me abro paso entre un oleaje de matas y yerbas. Busco a mi familia; los niños han muerto y se pudren en la floresta del cuarto de juegos, mi mujer se transforma en el baño y los perros ladran desesperados mientras se desgarran la piel en el jardín de cactáceas.
Aspiro un polen ácido. Mi cuerpo es comprimido por pseudópodos vegetales, un suero es expelido por estos tallos y se adhiere a mi piel, después se seca y forma una costra que desarrolla túbulos interconectados que transportan una salvia electrificada y lechosa. Glándulas se generan a partir de estos tubos y penetran mi piel; secretan sustancias que disuelven lentamente el tejido graso subyacente y después los músculos. Los órganos son recubiertos por una malla de túbulos y terminaciones nerviosas, y modifican el funcionamiento de estas vísceras, obligándolas a producir compuestos ricos en manganeso y clorofila. Mis ojos se disuelven, los huesos se gelatinizan, los perros chillan, mueren de dolor y la casa sucumbe ante la floresta que avanza y consume todo. Afuera, comienza a llover torrencialmente.

TOS

COMENCÉ a toser. Imposible parar. No podía ni siquiera tomar aire y me costaba trabajo respirar. De pronto, tosí de manera violenta; fue tan intenso el reflejo que la parte superior de un pulmón se desprendió. No tuve más opción que sacarlo. Tomé unas pinzas y lo estiré. Fuí sacándolo despacio, cuidando de no lastimarme la garganta. Contuve la respiración y lo saqué de un tirón. La víscera reposa en una bandeja de acero inoxidable, sobre un espejo de sangre. Respiro con dificultad pero estoy bien, estoy vivo. Meteré el pulmón en una bolsa y lo voy a guardar en el congelador. Mañana veré si puedo meterlo nuevamente.

LOS DEMONIOS DEL RÍO

El río es calmo. Encima se refleja el cielo. El sol pasa rasgando la atmósfera y quema su imagen sobre el agua. Debajo viven demonios. Esperan a que un hombre caiga para poseerlo. Devoran animales para alimentarse, pero a los hombres les quitan el alma y la sustituyen con su aliento oscuro. Los llevan a la profundidad y mantienen cautivos en cuevas submarinas, donde son torturados, indoctrinados y finalmente, transformados. Después son liberados; los meten en esferas de gas, suben emergen eclosionan. Llegan a la orilla y visten su piel con lodo oscuro hojas tierra. Se arrastran yerguen y andan entre la maleza: salen a los caminos y matan. Regresan con sus presas a la orilla y arrojan los cadáveres al río, donde los demonios los toman para alimentarse. Los hombres regresan a ocultarse entre la maleza las cuevas y los oscuros recovecos que hacen los caminos cuando se doblan, y mientras las estrellas levantan pequeñas ámpulas incandescentes sobre la superficie del agua los demonios del río aguardan a que un hombre caiga para llevarlo a las profundidades. Por eso cuando uno camina por la ribera durante las noches cuando el cielo está despejado y el viento no sopla pueden escucharse breves y apenas audibles lamentos, que no son más que las almas de aquellos hombres a quienes les han arrebatado su cuerpo y que emergen del agua y se pierden en la noche.

CAMIÓN (1)

Iba el otro día en el carro rumbo al trabajo, manejaba detrás de un camión urbano. En un semáforo, alcancé a leer, tallado sobre el polvoso vidrio trasero, una leyenda: “el mamador”. Cuando el semáforo se puso en verde, rebasé al camión, me puse justo a un lado del chofer y le vi la cara; un tipo regordete, la cara aplastada, bigotón, nariz redonda y cabeza como entre un melón y una sandía manejaba enfáticamente su vehículo. Arrancamos. Me fui a su lado, siempre observando al chofer. Otro semáforo nos detuvo y yo, justo a su lado y sin quitarle la vista de encima, me reventé en risas, como un montón de globos desinflándose y rompiéndose uno detrás de otro. El chofer se me quedó viendo, hizo una mueca y un gesto que no pude ni quise descifrar y finalmente ambos arrancamos. Yo me quedé inmóvil frente al semáforo que ya estaba en verde, los carros detrás de mí pitando histéricamente. Nunca lo supo y dudo que algún día se entere. Hasta el día de hoy, no olvido su rostro y aún no paro de reír.

miércoles, 27 de agosto de 2008

ESCALERAS

Llegó a casa, se quitó los zapatos y los dejó en el primer escalón. Entonces subió a la habitación y se durmió. Llegué después que ella. La sala está quieta y apenas y se ilumina con la luz del baño, cuya puerta ha quedado entreabierta. Me siento en el sofá y respiro. Me encanta el silencio. Suelto los brazos. Echo la cabeza hacia atrás. Extiendo las piernas. Pongo la mente en blanco, bostezo. Repliego las piernas, me incorporo. Me quito los zapatos, los empujo a un lado. Entonces veo los suyos. Reposan en la base de los escalones de madera que llevan a la planta superior. Ahí están. Tan inmóviles, tan llenos de calles y rumbos. Repletos de sitios que debieron haber pisado, destinos latentes, palpitantes. Ahí están sus zapatos. Graciosamente construidos y decorados a la moda. Tan hartos de ser lo que son pero tan imposibilitados de cambiarlo. No aparto mi vista de ellos. Se ejecuta en el ambiente un silencio tan puro, tan esencial, que temo estar muerto. Me pincho el antebrazo y regreso al mundo de los vivos. El silencio continúa, pero el ambiente se perturba con una intención, y entro en un desasosiego que hace vibrar las aspas del abanico de techo. De pronto, el silencio es fragmentado: sus zapatos comienzan a subir los escalones en un andar constante, rítmico y percutivo. La oscuridad los traga y el ambiente recobra el silencio.

RELÓJ

Estoy recostado en la cama, inmóvil. Frente a mí, la puerta del baño. Por la ventana fluye una brisa, mueve las cortinas y hace girar las aspas del ventilador. El abanico de techo de la sala continúa girando, a pesar de estar apagado. Un flujo discreto de viento sube por las paredes, se traslada horizontalmente por el techo y desciende finalmente sobre el cuarteto de aspas, excitándolas de manera extraña, pues ahora giran en sentido contrario. Entre otras cosas, temo que el tiempo vaya ahora la revés y que yo esté diciendo cosas que no tengan sentido.
La puerta del baño se abre un poco. Afuera se escuchan ruidos; gatos, el viento, un auto, un grito lejano. La noche exhala una vez más y la puerta del baño se abre otro tanto. Comienzo a sentir calor.
Encima de la cama hay un reloj de pared. Ahí está las veinticuatro horas. Su tic tac es como un corazón al que hay que acostumbrarse. A veces lo noto, pero la mayoría del tiempo pasa desapercibido. A veces se dan momentos intensos en que el ritmo parece acelerarse, percute la atmósfera y la situación se torna enervante. Me sube la presión, escucho el mecanismo del reloj y me parece insoportable. Entonces lo veo y me pregunto por qué tengo una rueda de plástico con números impresos, carátula de vidrio y manecillas que dan vueltas siempre a la misma velocidad y en una sola dirección. La brisa nocturna abre otro tanto la puerta del baño, exponiendo el espejo y entonces lo veo: el reflejo inverso del reloj. Ahí las agujas giran en sentido contrario. Como si en ese mundo isomérico las cosas funcionaran al revés y, una vez confrontando ambas imágenes, se anulara todo: el tiempo, el espacio, la recamara. La puerta del baño de abre por completo y la recámara se refleja violentamente en el espejo. De pronto, todo se rompe. Quedo suspendido en un oleaje desordenado de hechos inconexos, no sucedáneos. Puedo palpar tomar segmentos de tiempo, pasado o futuro, combinarlos y revivirlos de otra manera. Pero la sustancia que me envuelve se deshila. Todo se vuelve plano, en dos dimensiones. Los sonidos son un pillido indistinguible, los colores se reducen a tonos grises y mis recuerdos son un hilo delgado y tenso. El aire se cristaliza mi respiración cuaja forma una barrera translúcida, la luz rebota concentra y reagrupa en grumos iridescentes que giran a mi alrededor. Estoy tirado en la cama. Comienzo a fragmentarme, me disgrego. Trozos de mí vuelan por la habitación, danzan, se rompen rebotan se rozan golpean chillan: la temperatura aumenta. Todo se mueve tan rápido, segmentos de mi memoria se encienden consumen, brasas encendidas proyectadas en todas direcciones, meteoros chocan desaparecen en una iluminación intensa y fugaz, mis deseos se estiran y transforman en haces momentáneos de electricidad, mi espíritu, un destello fugaz, después nada.
Sigo recostado en la cama. Escucho el tic tac y contemplo en mi mente la imagen del reloj. El tiempo no pasa. Ya no lo siento.

INTRUSO

Hay un pájaro en la casa. Se la pasa volando por la sala, recámaras y cocina; no hallo la forma de sacarlo. Lo que en un principio parecían ser las aspas del abanico girando, resultó ser el aleteo del pájaro. Ha hecho un nido en alguna parte, pues puedo escuchar chirridos de pajaruelos. Extrae su comida de la basura, come los dulces que dejan los niños por ahí y caza cucarachas nocturnas. Hace ruidos: en veces pienso que ha aprendido a reproducir nuestras voces. Maldice. Reflexiona. Conversa a solas. Se golpea contra paredes y puertas. Entonces noto que la botella de brandy se encuentra casi vacía. Ha leído mis libros. Ha echado un vistazo a mi álbum de fotos. Lo escucho merodear en la alacena y ha picoteado algunas de las fotos del recibidor. Sabe que lo estoy buscando. No vuela ya. Adivina que voy a deshacerme de él. Da brinquitos en la alfombra y los mosaicos de la cocina, y lo hace tan sigilosamente para que no lo advierta, pero mi oído alcanza a percibir el fino golpeteo de sus garras sobre la cerámica y el roce de sus patas con las cerdas de la alfombra. Compré una escopeta. Paso las noches en vigilia, esperando a que el pájaro salga para llenarlo de plomo.

MONSTRUO

Debajo de mi cama vive un monstruo. Silencioso, apenas se mueve. En el día permanece inmóvil, yermo. Espera. Sabe que llegaré a la recamara, tomaré un baño, subiré a la cama y me echaré la sábana encima. Después, con la ténue luz de la luminaria callejera irradiando en mi habitación, será cosa de diez o quince minutos antes de caer dormido.
Y entonces comienza.
Emerge de debajo de la cama. Repta. Sigiloso, roza sutilmente las cerdas de la alfombra, parece que flota. Alcanza la puerta, sale. Baja las escaleras, atraviesa, como un espectro, sala y cocina, abre la puerta y sale al patio, después alcanza la reja que da a la calle y, cuidando de no despertar a los perros, la abre.
Merodea entre calles, plazas y callejones. Se detiene. Espera. Una pareja camina, abrazados. Cuando están lo suficientemente cerca, presienten algo y callan. Abren bien los ojos y entonces el monstruo se transforma en un ajetreo nervioso en las hojas de un arbusto, un susurro que parece un lamento un grito lejano un mal recuerdo una aparición una reflejo distorsionado sobre la superficie del agua una sombra extraña rebotando en las paredes de un callejón, un sonido estridente, inmediato y sorpresivo, el vuelo inesperado de un ave que perturba la copa de un árbol y deja caer hojas secas que, al caer, tiemblan nerviosas y al llegar al suelo asustan a un gato que revoluja un arbusto, salta hacia la oscuridad y así, el monstruo se aleja, dejando una estela perniciosa de inquietud y desasosiego. Entonces vuelve. Abre la reja, cuidando de no despertar a los perros, se mete por la cocina, atraviesa la sala, sube las escaleras, entra en la recámara y se oculta debajo de mi cama y, satisfecho, espera otro día, otra noche, otro momento.

DRAGONES Y DEMONIOS

Tengo un amigo que mata dragones y demonios . El psiquiatra dice que es imaginario, pero no estoy de acuerdo, esa es solo su opinión. Es como aquellos amigos que tenemos que salen al monte a cazar venados, jabalies y guajolotes, pues de esa misma forma yo tengo un amigo que mata dragones y demonios. Él y yo conversamos con cierta frecuencia; relata sus cacerías y épicos combates con estos seres y mantiene despierto mi interés durante horas. Cierta noche llegó sangrando. Malherido. Relata que sostuvo una feroz lucha con un dragón, pero sorpresivamente este llevaba dentro de su estómago un pequeño ejército de demonios, contra los cuales estuvo en desventaja y lo lastimaron. Después de una lucha defensiva, huyó y aunque perseguido, logró burlar el acecho, escabulléndose entre la maleza y la oscuridad. Así relata este héroe su combate legendario contra estos aberrantes seres.
Otros amigos que he tenido, anteriores a este, murieron en combate: son recordados y honrados.
Por favor; que no venga un tonto psicólogo a decirme que estas cosas no existen.

GUITARRÓN

Tengo en mi casa un guitarrón, de los que usan los mariachis, colgado en la pared. Dentro vive una familia, les rento el espacio. No son los mejores inquilinos, empero. Riñen. Pegan de gritos. Hasta un perro tienen y no para de ladrar. Cantan, beben, se divierten; chingado, verdaderamente lo hacen, pero aquello siempre termina en bronca.
Los días de fiesta encienden y truenan cuetes, cosa preocupante, pues viven dentro de un cajón de madera, pero al final controlan la situación y nada ni nadie salen quemados.
Ellos cocinan ahí dentro; aromas a chile, cebolla, ajo y epazote invaden la casa, y pueden escucharse las palmadas de alquien que está haciendo tortillas y aventándolas en un comal.
Algunas noches el guitarrón está en silencio, y entonces imagino que dentro no hay nadie.

VÉRTEBRAS

Mis vértebras del cuello se están disolviendo. Primero se reabsorbieron los cartílagos, con lo cual perdí movimiento, después el hueso comenzó a gelatinizarse. Al principio me coloqué un collarín de espuma plástica para estabilizar el cuello, pero no fue suficiente. El proceso se intensificó y el problema se agravó. Hoy vivo en una silla de ruedas, con un artefacto hecho de cuerdas y varillas metálicas que sostienen mi cabeza, y de no usar este aparato, mi cuello se doblaría y mi médula espinal podría cercenarse. No quiero perder la cabeza.

TOURETTE

Le he hecho una libación y sacrificio al dios Eolocus, deidad del viento rabioso y desenfrenado. Maldije como un estúpido durante veinte minutos, exhale imprecaciones, me insuflé de vientos nocivos y toxicidades aéreas y escupí flemas gaseosas perfundidas de mentira, blasfemia y purulencia pagana. Ahora, un viento suave y silencioso me envuelve y reconforta. Pero esto es solo momentáneo, pues la inercia pneumática de la deidad está por regresar.

URGENCIA

Con el permiso de ustedes, me voy a ausentar unos minutos de su lectura para ir a orinar sangre. Enseguida vuelvo. Pronto reanudaré la narración.

AIRE

Me paro debajo del abanico de techo, siento el torbellino de aire que baja y me envuelve, abro la boca aspiro hondo respiro aquel torrente maravilloso y fresco, viento raudo lleno de vida repleto de aromas recuerdos; inspiro suspiro tomo a bocanadas frenéticas el aire que me llena el pecho, estallo de alegría, tanto aire, grito atmósférico, lo necesito, no puede esa cosa moverse más rápido, aire por favor me ahogo caigo al suelo apenas y puedo moverme dios mio ayúdame me asfixio aire por favor me estoy muriendo.

NACIMIENTO

Comencé a rascarme atrás de la cabeza, en un punto donde creo tenía un piquete de mosquito. Seguí rascándome, pues el prurito se recrudeció. Estoy sangrando. La molestia sigue. Mis uñas, repletas de sangre pelo piel viva. Un hilillo de sangre cálida escurre por el cuero cabelludo, baja por el cuello resbala por la espalda. No soporto la comezón, la necesidad de rascarme se ha vuelto histérica. El área donde me rasco se inflama. Crece. El cabello alrededor cae. Sigo rascándome. Las llemas de mis dedos se ensanchan, ámpulas enormes repletas de jugos purulentos, de pronto estallan: el líquido se volatiliza, transformándose en gas nocivo. De mis manos solo quedan huesos que rápidamente se pulverizan. Los músculos de mi cabeza palpitan, arterias envían sangre a el crecimiento que ahora muestra una red arteriovenosa que protruye y palpita. La piel se estira. Venas se distienden, y, empujadas por el tejido graso subyacente, se revientan. La sangre sale eyectada y escurre, y luego de una palpitación repentina y violenta, la bola de piel con arterias estalla. La piel se abre y gotas de sangre salen expelidas a tal velocidad que se fragmentan, volviéndose rocío. Detrás viene el tejido subcutáneo, amarillento, denso. Trozos de vasos sanguíneos, músculos hueso craneal; sinfonía de partículas líquidos que giran sobre sí mismas, distienden la atmósfera impactan paredes sillas techo piso ventanas, el cerebro se desenrolla disuelve en el aire, mantequilla intelectual olvido total; yace el cuerpo los ojos en blanco la boca abierta, y de aquél agujero en la cabeza un pequeño demonio ha eclosionado: libre, vuela hacia el cosmos.
A un costado del cuerpo una escopeta percutida contempla, con su ancho y largo ojo obscuro, el rostro bañado en sangre y el cráneo destrozado.

lunes, 25 de agosto de 2008

SANGRE

Se me está enegreciendo la sangre. Lo noté el día que me corté un dedo. El color era cobrizo y la textura pegajosa. La herida cicatrizó pero ha dejado una abertura cubierta por una capa mucilaginosa, translúcida y palpitante. Cuando me sube la presión la membrana se distiende y sangra. Anoche. la sangre que salió fue marrón oscuro, densa y con un aroma metálico. Cayó al suelo, casi seca, y se fragmentó como un terrón. Tengo la presión muy alta y apenas puedo respirar.

jueves, 21 de agosto de 2008

SECUELA

Esa noche tomé tal cantidad de ron que al día siguiente amanecí con la campanilla completamente translúcida y estirada: parecía una gota de gelatina. Me rozaba la garganta y cada que tosía me daban ganas de vomitar. Ese día fui con un cirujano y le pedí mutilara la estructura, pues no podía ya soportar el tener esa cosa rozándome la garganta. El galeno imploró paciencia, argumentando que el tiempo, la probidad y mesura en el consumo de alcohol harían regresar al apéndice a sus dimensiones normales. Esa noche soñé con la extirpación quirúrgica de mi campanilla. Desperté alterado y bañado en sudor. La campanilla no es un órgano; no contiene tejido nervioso importante, como el cerebro o la médula. Tampoco es depósito de glándulas que secreten hormonas fundamentales, como los testículos o la pituitaria. Es solo un colgajo de carne rarísimo, absurdo y francamente innecesario. Vestigio tonto, rudimento arqueobiológico cuya única función es la de ser extirpado quirúrgicamente. Es el apéndice de la garganta y está ahí para fastidiarnos. Es como un foco amarillo al cual le zumban las palomillas alrededor; siempre está ahí, pero nunca le pasa nada, a diferencia de las amígdalas, las cuales tienen la suerte de ser extirpadas con frecuencia y a tierna edad. Y ahí está la chingada campanilla, como una piñata, en espera del bisturí mágico que termine con ese vaivén tonto y obsoleto.

Llegué al puesto de tacos después de las doce. Ordené cualquier combinación; chicharrón, deshebrada, picadillo, barbacoa. Pedí una coca. Me senté en el banquillo y arrimé los limones, salsa y cebolla con cilantro. Ah, y el salero. A mi lado había un jornalero que, creo yo, se molestó porque le retiré la verdura; masticaba furioso la cáscara de un limón, acto que todavía no termino de comprender. Comencé a ver borroso: una lagaña que se asía de mi párpado como estalactita se disolvió con el calor y luego se volvió a secar; ahora tengo el párpado pegado y no puedo abrir un ojo. Con el otro veo borroso porque se me metió el jugo de un limón que exprimí y que salpicó, pero veo lo suficiente. Entonces llegaron una señora y su hijo. El chaval pidió una soda de naranja y unos tacos. Masticaba un taco de chicharrón cuando vi que una abeja se metía en la botella de refresco del menor. En ese preciso momento, el infante dio tremendo sorbo a la soda y, al parecer, la abeja se molestó por esto, propinándole semejante piquete en el gaznate. El niño comenzó a pegar de gritos, diciendo que le había picado una avispa en la boca. Luego de toser como enfisémico y pasearse la lengua frenéticamente por la boca, finalmente logró escupir a la abeja: ya venía muerta. La mamá le revisó la garganta y el chamaco tenía un piquete de abeja en la campanilla, la cual era ya, al momento de la inspección, del tamaño de una uva. Pagaron la cuenta y se fueron. Yo terminé enchilado y con un par de abejas zumbándome en las orejas.

Creo haber vomitado primero los de picadillo y luego la deshebrada; el estómago se tomó el tiempo de fabricar su propia comida gourmet y la presentó a través de las consabidas contracciones esofágicas tan desagradables. Así es como el estómago expresa su creatividad. Venía este platillo de alta cocina aderezado con una salsa oscura (la coca, creo yo). Luego de contemplar aquél espectáculo gástrico me arrastré hacia un bebedero público y bebí tanta agua como pude: el estómago, hinchado y resuelto a mostrar su desencanto ante tal exceso, se contrajo violentamente y expelí un líquido lechoso y acídico. Una pareja pasa a mi lado y me observa de manera repugnante y lastimosa. Ladra un perro; giro y un chihuahueño tiembla y me ladra mientras su dueña, una anciana cacariza, le grita cosas en alemán. Pálido y debilitado me incorporo y pienso en la abeja, el niño y los tacos. Mi campanilla es ahora una gota de manteca a punto de caer y deslizarse hacia la profundidad y el misterio esofágicos. Cae, cae maldito apéndice de mierda, cae antes de que se meta el sol.
De alguna manera llegué a casa. Esperaba verme en el anfiteatro, pero Dios fue grande y obró cosa milagrosa conmigo, permitiéndome dormir en mi alcoba, tan llena de enfermedades y malos recuerdos.

Recordé el acto extraño del jornalero en el puesto de tacos masticando la mitad de un limón: corrí al refrigerador, saqué un limón, lo rajé, mastiqué y tragué. Una ola de amargor terrible se metió en cada célula de mi boca y fue absorbida por el torrente sanguíneo donde finalmente llegó al cerebro: segundos después una contracción generalizada muscular dio paso a un escalofrío espantoso, y la campanilla vibró de tal forma que sentí como si tuviera una abeja histérica en el gaznate cantando ópera, tratando de liberarse.